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Abro los ojos. He tenido un sueño agitado, pero no recuerdo sobre qué
trataba. Me levanto de la cama y olfateo el aire. Qué extraño, hoy parece que
mamá no está haciendo los dulces para…
De pronto, recuerdo por qué no los está haciendo. Hoy es el día de la
Cosecha. Me da un escalofrío. Cada año se celebra este día. Bueno, digo “se
celebra” por decir algo. En este día, todos los que tenemos entre doce y
dieciocho años estamos atemorizados ante la posibilidad de que seamos nosotros
los que salgamos en ese trozo de papel.
Salgo de la habitación. Mi hermana Melissa está sentada en una silla de
mimbre, junto a la mesa. Está dándole vueltas al contenido de su taza, que se
mantiene intacto. Normal que no tenga hambre. Yo misma tengo un nudo en el
estómago.
Mamá nos mira a las dos con una sonrisa que pretende parecer optimista,
pero que no oculta la preocupación que siente. Si hoy fuera un día normal,
estaría ya abriendo la tienda, y la casa –que está pegada a la tienda- olería a
dulces y a canela. Pero hoy no es un día normal, así que la tienda está
cerrada, y la casa parece más deprimente.
Papá supongo que está en las minas. Él no se puede permitir faltar un
día al trabajo. El distrito entero depende de las producciones de carbón y, a
pesar de que no va del todo mal, se nota cuando alguien falta. O eso es lo que
nos dijo ayer, cuando nos anunció que no podría ir a la selección de tributos;
pero yo lo conozco y sé que no va por temor a que seamos escogidas una de las
dos. Supongo que no es un hombre tan duro como dice la gente.
Tras un largo rato de un silencio incómodo, mamá intenta decir algo,
pero sólo le salen balbuceos, así que deja de hablar y se sienta. Yo me siento
también, ya que no tengo ninguna gana de desayunar.
No mucho después, salimos las tres de casa cogidas de la mano. Tanto
Melissa como yo estamos aterrorizadas, al igual que el año pasado y el
anterior. Sé que las posibilidades de que salgamos alguna de las dos son muy
reducidas -nuestra situación económica es medianamente estable, así que sólo
pedimos una tesela cada una-, pero siempre existe el temor a que esa ínfima
posibilidad se haga realidad.
Al llegar, mamá nos suelta y nosotras nos dirigimos a la zona de las
chicas. No sé por qué, el día de la Cosecha nos separan en chicos y chicas
antes de hacer la elección. Las más pequeñas están llorando, pero las mayores
se mantienen impasibles. Ya han pasado por bastantes Cosechas y nunca les ha
pasado nada. ¿Por qué les iba a tocar ahora?
Cuando ya estamos todos los niños donde nos corresponde, una mujer menuda
y muy maquillada sube a una plataforma elevada puesta específicamente para la
ocasión. Tiene el pelo rizado a lo afro.
Detrás de ella hay dos sillas. En la primera se sienta el alcalde, un
señor rechoncho y escaso de pelo, aunque de sonrisa amable. No lo conozco
personalmente, pero parece muy buena persona.
La segunda, probablemente, será la de la mujer que va a hablar. Debería
haber más sillas, ocupadas por los mentores del Distrito 12; es decir, los
antiguos ganadores. Sólo un tributo de nuestro distrito ha ganado alguna vez
los Juegos, pero murió hace un par de años. En mi primera Cosecha sí que
estaba, aunque no recuerdo prácticamente nada de él.
-Ejem… -carraspea- ¡Damas y caballeros! Me llamo Tiffany Trinket y seré
la escolta de los Tributos hasta el Capitolio.
Se hace el silencio en la plaza. Unas enormes pantallas retransmiten lo
que ocurre en el escenario para los que están más alejados. El alcalde Undersee
se levanta de su silla y se adelanta unos pasos. Comienza a pronunciar el mismo
discurso de cada año.
Empieza diciendo el origen de Panem a partir de un lugar llamado
Norteamérica y tras una serie de catástrofes naturales. Después, explica la
convivencia de los trece distritos con el Capitolio, hasta los Días Oscuros,
cuando los distritos se revelaron y el Capitolio ganó. El Distrito 13 quedó
arrasado y se impusieron los Juegos del Hambre.
Cuando acaba, le vuelve a ceder la palabra a la señora Trinket, la cual
pone una sonrisa de oreja a oreja, en un vano intento de alegrar un poco a
todos.
-Hoy elegiremos a los Tributos que irán a la Arena en los
Quincuagésimos Juegos del Hambre. ¡Que la suerte esté siempre, siempre de
vuestra parte!
Cuando se dirige a la urna de las chicas, abrazo a mi hermana y a mi
mejor amiga, Lily. Esperamos con temor el nombre que está escrito en el trozo
de papel que esa tal Tiffany ha sacado de la urna. Desdobla el papel y lee en
voz alta:
-¡Gwendolyn Tosley! –grita, con su voz chillona. Una chica a la que no
conozco empieza a llorar desconsoladamente mientras sube a la plataforma.
Suelto un suspiro de alivio. Melissa y yo nos relajamos un poco, pero
mi amiga sigue en tensión. Supongo que no querrá que salga elegido su novio,
Robert Everdeen. Según ella misma nos había contado, se había enamorado de él
en cuanto lo vio entrar a la tienda de su madre. Les solía llevar hierbas
medicinales.
Inmersa en mis pensamientos, no llego a escuchar el nombre masculino,
pero veo subir a un chico moreno de ojos almendrados. Suele venir a la tienda a
comprar dulces para su madre, pero no sé cómo se llama. Vuelvo a centrar mi
atención en Tiffany, quien ha vuelto a hablar.
-Ahora, continuaremos con el siguiente Tributo…
«¿Otro Tributo? No puede ser» -pienso, desconsolada. ¡No puede haber
tres Tributos!
-¿Por qué hay tres Tributos? –pregunta Melissa en un susurro.
-Es el segundo Vasallaje de los Veinticinco. Este año hay el doble de
Tributos por Distrito –responde una chica de unos dieciséis años, la cual está
delante de nosotras-. Lo dijeron por televisión, ¿no lo visteis?
A mi memoria acuden recuerdos de los últimos días, en los que tanto mi
madre como mi padre nos impiden ver la televisión cuando aparece algo
relacionado con los Juegos. Quizás no querían que nos preocupásemos más de lo
estrictamente necesario.
De repente, noto que se hace un silencio sepulcral. Tanto Melissa como
Lily me abrazan más fuerte. No sé qué ha pasado.
-Vamos, Maysilee, querida. Sube, que no pasa nada –oigo la voz de
Trinket.
Un momento. ¿Maysilee? ¿Realmente me ha llamado a mí?
Las lágrimas que no paran de salir de los ojos de Melissa, de Lily y de
mi madre me lo confirman. Algo temblorosa salgo del abrazo en el que me
encontraba presa y me dirijo, tambaleante, hacia el escenario. Oigo un grito de dolor con una voz masculina.
Vaya, parece que mi padre sí que podía dejar la mina.
Tiffany me saluda y me felicita. Como si lo que me acaba de pasar fuera
algo bueno. Pide voluntarios. Obviamente, no los hay. Según las normas de los
Juegos, alguien se puede presentar voluntario para sustituir al tributo
elegido, pero, en el Distrito 12, hace años que no hay ninguno. Normal. ¿Quién
querría ir a la Arena voluntariamente?
Me pongo junto con los otros dos tributos y observo a Tiffany mientras
hurga en la urna masculina. Saca un papel. Lee el nombre con alegría, como
quien dice quién ha ganado una rifa.
-¡Haymitch Abernathy! -proclama.
Observo a la multitud, buscando a ese tal Haymitch. No lo conozco,
pero, aún así, espero que no tengamos que matarnos el uno al otro.
Pensar en los Juegos hace que me duela la cabeza.
A partir de ahí, todo pasa de forma rápida y confusa. Sé que me despido
de Melissa, de mis padres y de Lily. Que los cuatro están llorando. Sé que,
después, subimos a un tren con Tiffany.
Al parecer, los otros tributos se conocen, así que se separan de
nosotros. Haymitch y yo nos dedicamos a hablar con Tiffany para pedirle
consejo, pero ella no tiene ni idea de lo que podríamos hacer en los Juegos. De
eso debería encargarse el antiguo ganador, pero, como murió, no tenemos a nadie
que nos explique cómo actuar en la Arena.
Cuando llegamos al Capitolio, vamos a una especie de hotel. Creo que
está hecho específicamente para los tributos. Hay una ceremonia de apertura,
para la que nos visten con trajes absurdos, a mi parecer. En ella, nos
presentan a los cuarenta y ocho tributos, y habla el presidente Snow. Nos da la
bienvenida al Capitolio y a los Juegos y nos desea buena suerte.
*****
Los siguientes días son de entrenamiento. Tenemos varias cosas en una
sala y podemos practicar nuestras habilidades. Hay puestos de tiro con arco,
sacos de boxeo, mesas donde practicar nudos... Yo no sé si soy buena en algo,
pero creo que no. Tengo buena puntería, pero nunca he cogido un arco.
Aún así, me dirijo al lugar donde están. No será tan difícil. Cojo uno
de madera y una flecha. Apoyo la flecha en una rendija del arco y estiro la
cuerda. La suelto y la flecha cae al suelo. Definitivamente, el tiro con arco
no es mi fuerte.
Hay tributos que demuestran su habilidad con la espada, otros que hacen
circuitos hábilmente, uno está... ¿cocinando? Busco con la mirada a Haymitch.
Está probando suerte con el saco de boxeo. Parece que es muy fuerte.
Tras unos días, tenemos que hacer la prueba en las que nos puntúan.
Nuestro distrito es el último. Entro y han dispuesto una diana, un arco y un
carcaj de flechas. He estado practicando y ya lo domino un poco más.
La primera flecha va con poca fuerza, por lo que no llega a la diana.
La segunda la lanzo un poco más fuerte y, esta vez, sí que llega. Se clava
justo en el centro. Tiro otra flecha. Da en un lado de la diana, no muy alejado
del centro.
En total, he tirado siete flechas. Dos se han clavado en el centro,
otra en la diana (aunque no en el centro) y las otras no han llegado. Me sigue
faltando fuerza.
Cuando, al día siguiente, anuncian las puntuaciones, no me sorprende
que me hayan dado un 5. A Haymitch le han dado un 10, aunque no tengo ni idea
de lo que hizo. Los otros tributos de mi distrito tienen un 7 y un 6.
Hay un tributo del Distrito 2 que tiene una puntuación de 11. Es casi
la máxima nota.
*****
Hoy empiezan los Juegos. Apenas he podido dormir por el miedo y los
nervios. Anoche tuvimos las entrevistas con Caesar Flickermann, como es ya
tradición. Yo respondí a todo lo que pude con monosílabos, rezando porque
acabara pronto. Haymitch me sorprendió, ya que desafió abiertamente al
Capitolio, calificando los Juegos como estúpidos. Seguro que al presidente Snow
no le gustó. Ese hombre da miedo.
Vuelvo a la realidad. Una realidad que hace daño. Hoy empieza lo que,
seguramente, será el principio de mi fin. Y del de otros 46 tributos.
Sumida en mis pensamientos catastrofistas, apenas soy consciente de que
me llevan a un ascensor cilíndrico y transparente, que vagamente recuerdo de
Juegos anteriores.
Dentro del cilindro, oigo un
ruido y empiezo a ascender. Suspiro. Realmente tengo mucho miedo, pero consigo
sobreponerme y abro los ojos. Delante de mí, una extensa pradera verde sigue
hasta el infinito. Hay flores hermosas a los pies de los árboles que forman un
bosque frondoso y, a la vez, precioso. Enfoco la vista y veo otros 47 tubos. En cada uno hay un tributo.
Hay un poco de todo. Chicos musculosos con cara confiada, chicas con
ojos llorosos y lágrimas en las mejillas, y más de uno tiembla con una hoja.
Todos están contemplando la hondonada. Parece que el verde atrae la vista de
todo el mundo. Tanto que la cuenta atrás finaliza y nadie se inmuta. Bueno,
realmente alguien sí que ha echado a correr. Veo que es Haymitch, el cual coge
algo –no logro ver qué- y sale corriendo.
Lo imito rápidamente y corro hacia el centro. Agarro lo primero que
encuentro y voy precipitadamente hacia el bosquecillo donde también se ha
escondido Haymitch. Él parece saber qué hacer, así que quizás sea una buena
idea seguirlo y ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
Pero antes de ponerme a buscarlo escalo a un árbol –¡No sabía que podía
trepar tan rápido!- y abro la bolsa que he conseguido llevarme antes siquiera
de que los otros tributos se dieran cuenta de que las bombas ya se habían
desactivado.
En su interior hay más de una cosa que me podrá servir. De buenas a
primeras, hay un cuenco y un poco de ternera seca. Con eso podré comer los
primeros días, pero no me durará mucho. Debajo, hallo un tubo largo. No sé lo
que es ni para qué me podría servir… Espera, hay más cosas. Al fondo, entreveo
unos dardos. Quizás el tubo sea una cerbatana. Espero poderle sacar utilidad,
tanto para cazar animales para comer, como para matar a algún otro tributo.
Ese pensamiento me recorre la médula con un escalofrío. Lo he pensado
muy fríamente, como si, en vez de matar a una persona, estuviera pensando en
vender uno de los pasteles de mi madre. Esto me hace pensar en mi familia. ¿Qué
estarán haciendo ahora? ¿Me estarán viendo?
Pum.
Estaba tan concentrada en el inventario y en mis pensamientos que no
había oído hasta ahora los cañonazos. Cada uno señala la muerte de un tributo
en la Arena. En la Cornucopia habrán muerto muchos de ellos. Quizás la mitad.
Quizás menos. O quizás más.
Pum.
Otro cañonazo. Me pregunto si será uno de los tributos de mi distrito;
si será Haymitch. Un ruido cercano me hace ponerme alerta, y me encojo, con la
esperanza de que quien –o lo que- quiera que haya allá abajo no se dé cuenta de
mi existencia. Afortunadamente, el ruido pasa de largo y me vuelve a dejar
sola.
Mientras espero a que mis pulsaciones retomen su pulso normal, observo
el suelo. Unas flores aromáticas lo recubren casi completamente. Las hay de
muchísimos colores. Hay más que en los glaseados de mi madre. De nuevo pienso
en ellas. Y en papá. ¡Con lo afectado que estaba!
Espera… ¿Por qué no estoy afectada yo? Ahora mismo debería haberme
derrumbado. Por eso de que, muy probablemente, de aquí a unos días ya haya
sucumbido frente al hacha o a la navaja de algún tributo con ansias de ganar
los Juegos. Y, sin embargo, yo estoy tranquila mientras pienso en que me pueden
matar de un momento a otro.
Al cabo de un rato, me decido a bajar del árbol. Sigo unas huellas de
animal hasta que me topo con su cadáver. A su lado, hay una flor grande un poco
mordisqueada. Al parecer, las flores no son tan inofensivas como parecen. Me
acerco un poco más a la planta y veo un líquido viscoso y muy claro;
probablemente, sea venenoso.
Se me ocurre una idea y, tras buscar indicios de que alguien me
observe, saco los dardos de la bolsa y empiezo a mojarlos en el veneno. De los
doce que hay, dejo cuatro sin esa sustancia. Esos los usaré para cazar, ya que
no me fío de comer carne envenenada. Es muy posible que a mí me afecte si la
ingiero.
Para cuando cae la noche, he encontrado un árbol con las ramas lo
bastante gruesas como para tumbarme en ellas. Por suerte, soy bastante delgada,
así que no corro peligro de que se desquebraje bajo mi peso. Antes de subir
apuro el agua que llevo en el cuenco. La he cogido de un riachuelo cercano, del
cual ha bebido una especie de tejón al que no le ha ocurrido nada.
Trepo a la rama y tomo un poco de la carne. No está cruda, pero, al
estar fría, cuesta un poco de tragar. Sin embargo, a mí me sabe deliciosa,
después de un día agotador sin probar bocado.
Me acurruco, ya que no tengo nada con lo que taparme. No hace mucho
frío, pero sí que hay algo de viento, el cual mece mi cabello rubio. Cuando ya
es noche cerrada, en el cielo sale el símbolo del capitolio y, tras ello,
empiezan a aparecer caras y nombres.
Aparecen por orden de distrito: primero una de las chicas del Distrito
1, un chico del Distrito 2, los dos chicos del Distrito 4, un chico y dos chicas
del 5, una chica y los dos chicos del 6, las dos chicas del 7, los chicos del
8, tres del 9 y, al parecer, todos los tributos del 11.
Ahora es el turno de mi distrito. Aparece una cara en el cielo. Gracias
a Dios, no es Haymitch. Es Gwendolyn, la otra chica. No muestro mucha pena, ya
que apenas la conocía.
En total han muerto 23, por lo que quedamos 25. Intento dormir, aunque
las caras que he visto en el firmamento se me aparecen para atormentarme.
*****
Me despierto al salir el sol. Bueno, no es el sol. Es sólo un producto
digital creado por los del Capitolio. Pero, aun así, me reconforta sentir su
calor artificial sobre mi piel. Ya hace tres días que estamos en la Arena. Y,
si mis cálculos no fallan, quedamos 20 en pie.
Miro hacia abajo y, al ver que no hay moros en la costa, vuelvo al
suelo. Me paro a observar una de esas flores venenosas. Son tan bonitas y
parecen tan inofensivas… Aparto la mano a tiempo. Estaba a punto de tocarla. No
sé si eso me habría supuesto algún daño, pero prefiero no comprobarlo.
Voy al riachuelo que encontré el primer día. Bebo hasta saciarme. No
lleno el cuenco, porque no se puede tapar, así que se caería. Decido ir a
cazar, ya que la ternera que había en la bolsa era muy poca y ya no me queda.
Tras una media hora, encuentro algo parecido a una liebre, pero un pum hace que el animal salga
despavorido. Quizás ese cañonazo iba por Haymitch…
¡Haymitch! Ayer iba a seguirlo y, al final, se me olvidó. Voy a
buscarlo. Tras unas horas de un profundo silencio, sólo interrumpido por dos pum –con lo que ya quedamos 17-,
encuentro a un tributo. No es Haymitch, así que intento pasar desapercibida y
seguir buscándolo, pero no consigo mi objetivo.
Me ha visto. Y eso, supongo, quiere decir que me va a matar. A menos
que yo lo mate antes. Saco la cerbatana y uno de los dardos untados con la
sustancia pegajosa. Disparo, y el proyectil va a clavarse en su cuello
rápidamente. Apenas le da tiempo de gritar, pues cae al suelo casi
instantáneamente. Sí que es fuerte el veneno.
O está fingiendo. Me acerco cautelosamente, pero un pum suena, como para aclararme la
situación. Suspiro aliviada y sigo andando, aunque más rápidamente, por si
acaso.
Cuando por fin me alejo lo suficiente, caigo en la cuenta de la
situación en la que me hallo. ¡He matado a una persona! Ya había supuesto que
lo tendría que hacer tarde o temprano, pero, aun así… ¡Es que le he quitado la
vida a un chico que posiblemente tuviera un año menos que yo!
-Asco de Juegos…
Me sorprendo al oírme hablar. No he escuchado hablar a nadie desde que
entré a la Arena. Quizás no ha sido tanto tiempo, pero a mí me ha parecido una eternidad.
Consigo recomponerme y sigo caminando. Tras un rato, oigo un cañonazo.
Y otro. Han sonado casi seguidos. Probablemente estuvieran juntos. Ahora
quedamos… 14, creo.
Me parece oír un forcejeo. ¿Habrán sido unos tributos cercanos o mi
imaginación? Me acerco cautelosa al ruido. Al parecer sí que ha sido real. Veo
a dos chicos luchando. Y… ¡uno de ellos es Haymitch!
Me quedo quieta. ¿Qué debería hacer? Observo el escenario y veo dos
cadáveres cerca. Esos son los responsables de los últimos cañonazos. Cuando
vuelvo la vista hacia Haymitch, veo que el tributo está con un cuchillo en su
garganta.
Reprimo un grito de terror y, rápidamente, agarro mi cerbatana y uno de
los dardos envenenados. Se le clava en el brazo que sostiene el cuchillo, y
éste cae al suelo, al dejar el brazo de ejercer fuerza.
A los pocos segundos, el chico está inerte en el suelo, y Haymitch,
algo desorientado, buscando al culpable de su salvación. Salgo de los arbustos.
Mi compañero de distrito se sorprende de verme, aunque su sorpresa dura poco.
-¿Has sido tú? –pregunta, señalando el cadáver que hay a sus pies-
¿Cómo?
Le enseño la cerbatana y los dardos.
-Están envenenados –explico.
Haymitch asiente. Supongo que no sabe qué decir. Lo miro y se me ocurre
una idea.
-Haymitch –él me mira-, deberíamos aliarnos. Estar juntos para
protegernos mutuamente.
-Pero, al fi…
-Viviremos más si nos unimos –le corto.
Se ha callado porque sabe que tengo razón. Ya le he salvado la vida una
vez, así que no lo puede negar. Me mira y suspira. Parece que al fin ha
aceptado la realidad.
-Está bien.
-¡Genial!
Entonces, mi tripa ruge, y mi mente recuerda que aún no he comido. Que,
en principio, había salido a cazar. Veo
que Haymitch reprime una sonrisa y coge un trozo de carne. Me la da.
-Anda, toma. Aunque ya casi no me queda…
Me la termino velozmente. Está fría, pero no cruda, así que no me
importa. Le doy las gracias y propongo que vayamos de caza. Él acepta y vemos
una manada de unos mutos que parecen muy jugosos. Nos separamos y vamos a por
uno cada uno.
Después de una hora, nos reunimos en el punto acordado. Yo he
conseguido cazar un ejemplar bastante bueno. Él aparece con uno un poco más
pequeño. Me burlo un poco antes de ponernos a hacer una hoguera para cocinar.
Él no me hace caso; se limita a juntar leña y a encender la hoguera.
-Ahora que lo pienso, ¿no es un poco peligroso encender una hoguera en
medio de la Arena? ¿Esto no alertaría al resto de tributos?
-Esta madera no emite mucho humo y yo no pienso dejar que arda tanto
como para que se vea en la distancia. Lo suficiente.
Asiento. Supongo que él sabrá lo que se hace.
*****
Hace dos días que he formado esta alianza con Haymitch –en los cuales
han muerto dos tributos, el otro chico de mi distrito y una del 11-. Y no hemos
parado de andar. Estamos a punto de llegar al fin de la Arena; a lo que parece
ser un acantilado intraspasable. No debe de quedar mucho ya para llegar.
Cuando llevamos media hora andando después de la comida, oigo un
estrepitoso ruido. Viene del otro extremo de la Arena. Nos giramos, alarmados. Lo
que antes era una majestuosa montaña, ahora es un mar de lava. El bosquecillo
que había al pie de la misma ahora son sólo llamas.
Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.
Seis cañonazos. Seis tributos muertos. Cinco
supervivientes.
El final está cerca. Sé que Haymitch también
lo sabe. Pero ninguno de los dos hablamos sobre ello. No quiero ni contemplar
la posibilidad de que tengamos que matarnos el uno al otro.
Seguimos caminando en silencio. No
intercambiamos ni una palabra hasta que llegamos al precipicio que marca el fin
de la Arena, unas dos horas después. Al fin, rompo el silencio.
-¿Qué… Qué deberíamos hacer ahora?
-Propongo que nos quedemos aquí.
-¿No tendríamos que ir a…?
-Creo que no. Aquí estaremos mejor. Además,
deberíamos ver cuán profundo es el abismo.
Me quedo mirándolo un rato. Consigo formular
la frase que ninguno de los dos quiere oír.
-Estamos llegando al final de los Juegos. Si
seguimos así, acabaremos teniendo que matarnos el uno al otro. Y yo no quiero
que eso pase. Deberíamos separarnos ya.
Lo veo asentir débilmente. Parece que se
debate entre lo que quiere hacer y lo que debe hacer. ¿Realmente quiere seguir
conmigo?
Rápidamente aparto ese pensamiento de mi
mente. Ahora no me sirve de nada tener ningún tipo de vínculo con él, ya que
sólo puede quedar uno.
Me despido de él como puedo, con alguna
lágrima surgiendo de mis ojos. Me doy la vuelta antes de que me vea llorar.
Comienzo a andar y lo saludo con la mano. Probablemente no lo vuelva a ver. Eso
espero.
Miro al suelo. Intento no mirar atrás, pero
no lo puedo evitar. Haymitch está sosteniendo una piedra. La tira al
precipicio. Vuelvo a llevar la vista adelante, pero algo atrae mi atención.
Unos pájaros de un color rosa chillón y de picos largos vienen en bandada hacia
mí.
Comienzo a andar más rápido. Me están
alcanzando. Empiezo a correr. No me gusta en absoluto la pinta que tienen.
Están bajando. Están llegando hasta mí.
Están encima de mí. Aparto a uno de un
manotazo. Otro me da un picotazo en el brazo. Grito.
Uno viene directo hacia mí. Lo veo batir sus
alas y buscarme con su cabeza. Se está acercando peligrosamente. Intento huir,
pero ya es demasiado tarde. Su pico se adentra en mi garganta. Siento cómo me
desgarra piel y músculo.
Me quedo sin respiración, pero veo alguien
que viene. Es Haymitch. Viene corriendo y se arrodilla a mi lado. Me agarra la
mano y me susurra palabras que no comprendo.
Lo último que veo es su rostro bañado en
lágrimas. Sus labios murmurantes. Sus ojos doloridos. Lo último que veo es su dolor;
es a él.
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