Hoy os traigo un relato que escribí ayer durante el taller de escritura Vuelapluma, justo antes de la reunión de La Madriguera Literaria. El ejercicio consistía en escribir un relato en 15 minutos con la única condición de que aparecieran las palabras brazo, marca, miedo, clandestino y campestre. Y este fue mi resultado:
Era un ambiente campestre. Una casona solitaria se alzaba
en medio de un campo de trigo que llegaba hasta el horizonte. Si la vieras
desde fuera, quizás pensaras que era la finca de un granjero que iba a tener
mucho trabajo en la época de cosecha. Quizás creyeses que ahí vivía una familia
a la que le agradaba la soledad. Pero no era nada tan sencillo. Ojalá lo fuera.
La primera evidencia de que era algo diferente la
observabas en el camino, demasiado transitado para estar tan alejado de ningún
lugar. La podías notar en las profundas ojeras de los caminantes, marca
inconfundible del largo camino que habían recorrido. Se notaba en la expresión
de miedo de los adultos y en el silencio de los niños.
Un hombre llevaba el brazo derecho en cabestrillo; una anciana
caminaba lastimosamente, cojeando y renqueando; una mujer sostenía en sus
brazos el cuerpo inerte de una criatura de no más de medio año. Pero nadie le
decía nada. ¿Quién podría reprochárselo? Todos habían dejado mucho atrás, y
comprendían el intento desesperado de aferrarse a aquello que se fue.
Todos habían perdido. Todos habían sufrido. Ellos eran
clandestinos que buscaban refugio en una casona solitaria. Eran fugitivos; eran
víctimas de una guerra que ya duraba demasiado.
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